@Yk76
Perspectivas
Leer en la biblioteca
Detesto leer en las bibliotecas, no es lo mismo que ir a las bibliotecas, que se comprenda bien. Las bibliotecas, filmotecas, ludotecas, pinacotecas, hemerotecas etc, poseen la misma pasión por el orden, el carácter prohibitivo, las caras duras del bibliotecario, el esmalte pegajoso del pasamanos, los catálogos incomprensibles, las sillas incómodas, el aire compacto, los pasillos reducidos, el piso con grumos, el falso silencio y cuantas cosas puedan llenar esos lugares donde la palabra escrita se guarda y la hablada se condena.
A mí me parece que las bibliotecas no son centros de reposo de los libros, son más parecido al camposanto, si el propósito de esos lugares fuera la conservación y disfrute de los libros, su espacio y lógica sería distinta. No encuentro mucha diferencia entre nuestra actitud en una biblioteca y un funeral, siempre caminando de puntitas, pidiendo disculpas por estornudar o reírse y otorgando el pésame si alguien no encuentra un libro, como si las cenizas del muerto se las hubiera llevado el viento.
Además las bibliotecas que conozco siempre tienen el aire guardado, respirado una y otra vez por los libros ahí en reserva, no las odio por eso, las odio porque tengo un grande rencor con los bibliotecarios, ni que decir del encargado de las fotocopias en un centro como esos, que despilfarro de sufrimiento para una visita. Y mi rencor es tan grande porque desde que visite por primera vez la biblioteca municipal a mis siete años ya presentía el sino de mi relación con las bibliotecas: las credenciales de biblioteca. Siempre las pierdo, siempre las necesito, nunca las recupero, nunca las hacen dos veces. Y es como la negación al paraíso el día del Juicio Final. Y vivo de lejos, la resurrección de otros, la prima, el vecino, el amigo, de todos los que tengan ese plastiquito que pone de visita a los libros en tu casa. Mala suerte o cruel destino en mi relación con las bibliotecas.
Y tan grande es mi odio de leer en las bibliotecas que siento que es como ir al cementerio y no poder llorarle a la tumba del muerto. Te obligan a sentarte como en un fino restaurante para un acto natural con fama de relajante e instructivo, no de buen comportamiento. ¿llorar? Ni se diga, menos reír, es una cárcel. Ignoro a quien le gusta leer en esos lugares, en particular comprendo que a veces necesitamos sufrir un poco para seguir pero eso es un abuso. Los bibliotecarios son jardineros feroces que le quitan las flores a tu cementerio. Y según el día, son vigilantes acosadores que ahuyentan a las almas mismas… al final queda un desierto, muy parecido a esas fosas comunes producidas por las guerras, nada que ver con el panteón familiar que soñábamos para las abuelas.
Pero siempre regreso a las bibliotecas, siempre por necesidad, nunca por obligación. La ley del más fuerte es mi ley y quienes me conocen se atemorizan de que domino todo el odio y rencor que siento por ellas porque mi amor por los libros inalcanzables las convierten en paraísos cuando los encuentro. Y la condena es leer ahí dentro, pues sin credencial.. ni al infierno se consigue acceso. Un tango canta con el mismo sentimiento que escribo sobre las bibliotecas “es tan grande mi odio como fue mi amor”. Pero también asumo la responsabilidad de lector irrespetuoso, vividor y hasta ladrón, he sido también un Fistón recargado. Desde aquella vez que a los siete años no encontré al Principito en la biblioteca y lloré, no paré hasta volver a mirar el dibujo de la boa y comprobar que los buenos dibujantes existen.
Si con el tiempo conocí varias bibliotecas mi suerte no fue distinta en ellas, siempre la misma historia y el mismo rencor en mis visitas, comprendí que no las odio. Mi relación con ellas es más como lo que pasa con las mujeres, cada una tiende sus hilos para que juegues las cartas que ellas quieren como quieren y con el final que quieren, mi rencor esta resumido en ese mismo tango que canturreo al sacar de contrabando un libro: “rencor tengo miedo, de que seas amor”.